El valor de la Monarquía española

El valor de la Monarquía española. Una aproximación desde la legalidad al coste económico

Con motivo del discurso de Navidad de 2023 del Rey, y a petición de Iniciativa 2028, comparto y recupero este artículo que ya publiqué en mayo de 2020, pues continúa siendo aplicable hoy día para quien quiera reflexionar sobre el valor de la Monarquía española.

«El valor de la Monarquía española», es un artículo de Juan Carlos M. Torrijos, Licenciado en Derecho y Coronel Aviación (r).

El 14 abril de 2020, España tuvo que soportar que un destacado miembro del entonces Gobierno del Reino de España, hoy relegado a un ostracismo que solo rompe para intentar seguir en el candelero, ya sin coleta, pidiera la llegada de la República (la Tercera) a nuestro país. Esto provocó que muchos recibiéramos y reenviáramos mensajes en apoyo de su Majestad el Rey. También la prensa se hizo eco de este apoyo, tal vez en menor medida de lo que cabría esperar, pero se echó en falta un apoyo claro y explícito a la Monarquía Parlamentaria desde los medios y de ahí estas líneas.

Como principio democrático hay que admitir la crítica a la Monarquía y al Rey; lo contrario, atentaría contra la libertad de expresión y contra la debida “higiene democrática” del país. Pero también hay que preguntar a quienes critican la institución monárquica cuál es su solución. Y aunque para muchos puede que hoy en día la respuesta sea fácil: otro régimen igualmente democrático, la Republica; quiero decirles no hay argumentos coherentes que lo sostengan.

Dando por sentado que la República es la alternativa habitual a la Monarquía (España, desde hace 150 años, cuando no ha sido una monarquía ha sido una República: del 11 de febrero de 1873 hasta el 29 de diciembre de 1874 y del 14 de abril de 1931 al 1 de abril de 1939; pues para Franco, desde su llegada al poder, España fue un Reino), debemos preguntarnos qué ganamos los españoles con el cambio.

¿Que se ganaría cambiando a República?

La respuesta es obvia: nada (salvo para los fanáticos); muy al contrario, probablemente perderíamos mucho.

A la hora de enumerar las diferencias entre la figura de un Presidente de República y un Rey al frente de una Monarquía Parlamentaria, me voy a centrar en las que considero fundamentales:

El carácter neutral y apartidista del monarca

Esto elimina, entre otras cosas, las tensiones entre la Jefatura del Estado y la del Gobierno derivadas de la posibilidad de “cohabitación”; que se da cuando el partido político del Primer Ministro (nuestro Presidente del Gobierno, al cambio) es de distinto signo que el partido que apoya al Jefe del Estado, sin olvidar que, incluso perteneciendo al mismo partido político se pueden tener visiones distintas de cuestiones de Estado o de otra índole. Además, si, como es más que probable, un Presidente de la República difícilmente se conformaría con tener solo las simbólicas competencias que tiene nuestro monarca, la situación podría complicarse. De hecho, así ha sucedido en países como Francia, Polonia o Portugal.

La estabilidad

La proporciona que el monarca tenga por oficio ser Jefe del Estado y qué a ello, y solo a ello, deba dedicar sus energías. Un Presidente de la República tiene que aprender el oficio y, posiblemente en un plazo de 12 años (suponiendo mandatos de 6 años y una reelección por término medio) le tendrá que suceder otra persona, que tiene que seguir el mismo proceso de aprendizaje. La continuidad en el cargo otorga, además, una experiencia en el orden interno y externo de la mayor importancia. Nuestro Rey conoce y es conocido por todos los líderes mundiales. Sin olvidar que su falta de adscripción política le permite hablar con menos recelo por parte de su interlocutor, del que seguramente éste tendría ante un Jefe del Estado de afiliación política de distinto signo.

El “oficio”

La Monarquía tiene una ventaja exclusiva: como ya se sabe quién puede suceder al monarca, los ciudadanos pueden exigir que esta persona, desde su infancia, se prepare para el cargo (como ha hecho nuestro rey, Felipe VI y está haciendo su heredera, la Princesa Leonor).

La imparcialidad

¿Un Presidente de la República representaría a todos los españoles por igual o se sentiría más proclive a apoyar a los que le dieron su voto y, más aún, a los que pueden volver a dárselo en caso de una posibilidad de reelección?

Lo humano es decantarse por lo segundo, tentación que nunca tendrá el monarca.

La Princesa Leonor Jura Bandera en Zaragoza
La Princesa Leonor Jura Bandera en Zaragoza

Ventajas de la Monarquía española

Una es la económica

Hay quienes piensan que no tener un monarca nos ahorraría todo lo que cuesta el mantenimiento de la Casa Real. Pero la realidad es otra. De una forma intuitiva y presuponiendo que la hipotética Presidencia de la República tuviese unas dimensiones administrativas semejantes a la de la Casa Real (poco creíble si tenemos en cuenta la tendencia a contratar “asesores” que tiene nuestros políticos), la diferencia esencial podría venir de los gastos de la familia Real, ajenos a los del monarca en sí. Pero como contrapartida, habría que mantener a varios ex-Presidentes (sueldos, gastos de representación, asistentes, escoltas, etc.)

Aunque las comparaciones no son fáciles, voy a intentar poner unos ejemplos esclarecedores, tomados, eso sí, con las debidas reservas.

En el año 2011 se presupuestaron para la Casa Real unos gastos totales de 8,4 millones de euros, a los que hay que sumar otros 5,9 millones para el euros; apoyo a la gestión administrativa de la Jefatura del Estado; lo que supusieron 14,3 millones de euros (hay que tener en cuenta que en los últimos Presupuestos Generales de Estado estas cantidades son, incluso, ligeramente menores).

Además es una de las monarquías más baratas (en ese mismo años la británica costó a sus ciudadanos 42 millones de euros al año y la sueca unos 20).

Por otro lado, la República italiana, en el mismo periodo costó a los italianos 228 millones de euros y la Republica francesa 103 millones de euros.

En términos relativos, respecto al PIB, tomando como referencia el de 2018, los gastos de la Casa Real española rondan el 0,061%, mientras que los de la Presidencia de la República francesa están alrededor del 0,29% 1 .

El monarca está fuera de la pugna política

Si ya en España tenemos muchas elecciones, imagínense otro costoso proceso adicional, probablemente, cada 6 años, como ya se ha citado. No obstante, los partidarios de la República esgrimen como argumento principal a favor de sus tesis, que el hecho de que el Jefe del Estado no sea elegido periódicamente, le hace carecer de legitimidad. Pero esto no es más que un argumento endeble para justificar su postura.

El Rey está legitimado por las urnas

Legitimidad que procede de la misma Constitución; la que millones de españoles votamos en 1978. En ese momento se decidió, entre otros aspectos, que se quería que España fuese un Reino (figura nada original en Europa, en la que existen otras siete monarquías parlamentarias: Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Noruega y Luxemburgo y en todos estos países la Jefatura del Estado recae en un monarca, que es un cargo hereditario). En el fondo, la figura del Rey tiene tanta legitimidad democrática como la misma Constitución de 1978, en sí.

El Rey no es inamovible

En caso extremo, las Cortes Generales pueden, de conformidad con lo establecido en el art. 59.2 de La Constitución, proceder a reconocer su inhabilitación para el ejercicio de su autoridad; en cuyo entraría a ejercer inmediatamente la Regencia. Es decir, la figura del Rey y el ejercicio de sus funciones no escapan al control por el Poder Legislativo (donde reside la soberanía nacional, no se nos olvide), aunque rija el principio consagrado en el art. 56. 3 de nuestra norma suprema, según el cual “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”, que tiene su “contrapeso” en la exigencia constitucional de que “sus actos estarán siempre refrendados (…), careciendo de validez sin dicho refrendo…”.

Respecto a la forma de organización que en su momento nos dimos como Estado al aprobar la vigente Constitución, es decir un Reino, también se prevé su posibilidad de cambio. La más radical, dotarnos de una nueva Norma Fundamental, se contempla en el artículo 168 de la Constitución (por cierto, que el artículo 169 establece que “no podrá iniciarse la reforma constitucional en tiempo de guerra o de vigencia de alguno de los estados previstos en el artículo 116”, regulador de los estados de alarma, excepción y sitio).

Por todo ello, no podemos consentir que alguien con solo un puñado de votos, con unas ideas obsoletas y caducas, que sirven para sostener sistemas políticos corruptos, allí donde aún permanecen, quiera lanzar una idea de cambio "porque si"; porque él lo dice en nombre… ¿de quién? y, ¿con qué procedimiento?

En España tenemos un monarca preparado, con una sólida formación política, económica… con una gran conciencia social y con un innegable prestigio internacional que, si en principio heredó de su padre, tras casi 6 años lo ha consolidado por méritos propios. Tenemos un Jefe del Estado al que todos los mandatarios internacionales reciben (o atienden a sus llamadas telefónicas). ¿Alguien más en España puede decir lo mismo?

Se puede concluir que, a diferencia de lo que nos quieren hacer creer, todo son ventajas en mantener la Monarquía Parlamentaria como forma del Estado, más allá de ideologías políticas.

¡Viva España! ¡Viva el Rey!

Fuentes:

Te interesa

La Sexta

Iniciativa 2028

 

Anexos

Estos anexos han sido realizados por el equipo de redacción de Iniciativa 2028 a modo de explicación complementaria sobre la monarquía en España.

Breve historia de la dinastía de los Borbones en España

La dinastía de los Borbones en España comenzó con la llegada al trono de Felipe V en 1700, tras la muerte sin descendencia de Carlos II, último de los Habsburgo españoles. Felipe V, nieto del rey Luis XIV de Francia, inauguró la era borbónica, introduciendo reformas inspiradas en el modelo francés, centralizando la administración y modernizando el estado.

La sucesión de los Borbones continuó con Fernando VI y Carlos III, este último conocido por sus reformas ilustradas que buscaban modernizar el país en campos como la economía, la ciencia y la cultura, aunque enfrentó resistencia de sectores tradicionalistas.

La figura de Carlos IV y su valido, el ministro Godoy, estuvo marcada por la crisis y la inestabilidad, lo que, junto con la invasión napoleónica, llevó al levantamiento popular de 1808 y a la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII. Este último es recordado por su rechazo a las reformas liberales y por la restauración del absolutismo tras la Guerra de Independencia Española.

El siglo XIX fue testigo de las luchas dinásticas que desembocaron en las Guerras Carlistas, entre los partidarios de la línea tradicionalista y los liberales, que apoyaban a la rama borbónica oficial. El reinado de Isabel II vio el fortalecimiento del liberalismo, aunque terminó con su exilio tras la Revolución de 1868.

Tras un breve intervalo republicano y la restauración monárquica, Alfonso XII y Alfonso XIII intentaron modernizar España, pero el descontento y los problemas sociales persistieron, desembocando en la proclamación de la Segunda República y el exilio de Alfonso XIII.

La dinastía se restauró con Juan Carlos I tras la muerte de Franco en 1975. Su papel fue crucial en la transición a la democracia y en el mantenimiento de la estabilidad durante el intento de golpe de Estado de 1981. Su sucesión por su hijo Felipe VI en 2014 ha marcado la continuación de la monarquía parlamentaria en un contexto de desafíos modernos y cambio social.

La monarquía en España

La historia de la monarquía española es un relato de dinastías, conflictos y transformaciones que reflejan los cambios sociopolíticos de España y Europa. Desde los reinos visigodos hasta la actual dinastía borbónica, la monarquía ha jugado un papel central en la configuración de la historia española.

La monarquía visigoda marcó el inicio de la regencia en la península ibérica tras la caída del Imperio Romano. Sin embargo, la invasión musulmana del 711 puso fin a este reino, dando paso a la España musulmana y a los reinos cristianos del norte, que iniciarían la Reconquista. Durante la Edad Media, diversos reinos como Castilla, Aragón, Navarra y León surgieron, cada uno gobernado por su propia monarquía. La unión de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en 1469, fue un hito, no solo por su matrimonio sino también por la conclusión de la Reconquista con la toma de Granada y el inicio de la expansión ultramarina de España.

La dinastía de los Habsburgo comenzó con Carlos I en 1516, quien también se convirtió en Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico. Su reinado significó la expansión global de España y el inicio de un imperio donde «nunca se ponía el sol». Su hijo, Felipe II, consolidó este poder, aunque enfrentó desafíos como la rebelión de los Países Bajos y la derrota de la Armada Invencible.

El declive de los Habsburgo se marcó por una serie de monarcas menos capaces y el deterioro económico, culminando en la Guerra de Sucesión Española tras la muerte de Carlos II. La victoria de Felipe V, el primer Borbón en España, trajo consigo reformas centralizadoras inspiradas en el modelo francés, pero también conflictos internos y externos.

El siglo XIX fue especialmente tumultuoso para la monarquía española, con las Guerras Napoleónicas, la independencia de la mayoría de sus colonias americanas, y las Guerras Carlistas, reflejando el conflicto entre liberales y absolutistas. La inestabilidad continuó con la breve Primera República, la restauración borbónica y el reinado de Alfonso XIII, quien finalmente abandonó el país ante la proclamación de la Segunda República en 1931.

La Guerra Civil Española y la posterior dictadura de Francisco Franco pusieron la monarquía en suspenso. Sin embargo, la designación de Juan Carlos I como sucesor marcó el comienzo de una nueva era tras la muerte de Franco en 1975. Juan Carlos I facilitó la transición a la democracia y renunció a poderes considerables en favor de un sistema parlamentario.

Su abdicación en 2014, a favor de su hijo Felipe VI, abrió un nuevo capítulo en la monarquía española. A pesar de los desafíos modernos, como la crisis económica, el movimiento independentista catalán y cuestionamientos sobre la relevancia de la monarquía, Felipe VI ha buscado mantener un perfil de unidad y estabilidad, adaptando la institución a los tiempos contemporáneos.

La monarquía española, con sus altibajos, refleja la complejidad de la historia de España: una nación que ha experimentado la gloria imperial, la agitación interna y el camino hacia una democracia moderna. La institución ha tenido que adaptarse y reinventarse, enfrentando tanto el escrutinio público como los desafíos internacionales, permaneciendo como un elemento clave en la identidad y política de España.


Autor: Juan Carlos Martín Torrijos | Artículos
Juan Carlos Martin Torrijos. Licenciado en Derecho y Coronel Aviación (r).

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