España, tierra de historia compartida, de luchas que marcaron generaciones, de sueños que aún laten en cada rincón. Hoy, sin embargo, muchos jóvenes sienten que ese pulso se ha debilitado. Estudian con esfuerzo, trabajan con entrega, pero a menudo sin garantías, sin horizonte claro. Mientras tanto, quienes deberían servir al bien común parecen más preocupados por conservar privilegios que por construir futuro.
Pero no estamos solos. En otros lugares del mundo, la juventud ha demostrado que puede ser motor de cambio. En Nepal, por ejemplo, la llamada “Generación Z” protagonizó recientemente una movilización histórica. Ante la prohibición de redes sociales y una larga acumulación de frustraciones por la corrupción y el nepotismo, miles de jóvenes se organizaron, se expresaron y lograron que el gobierno dimitiera. Hoy, una nueva líder interina, Sushila Karki, se ha comprometido a escuchar sus demandas y trabajar por una gobernanza más justa.
No fue un camino fácil. Hubo tensiones, hubo dolor. Pero también hubo algo esencial: unidad, convicción y una voluntad colectiva de no resignarse. Lo que comenzó como una protesta digital se convirtió en una llamada nacional a la regeneración democrática.
Y en España, aunque a veces parezca que reina el silencio, la Sociedad Civil organizada sigue trabajando con firmeza. Plataformas como: iniciativa2028.es, Plataforma por la España Constitucional, Movimiento Resistencia de Ferraz, MEGA y Sociedad Civil Catalana, han demostrado que la movilización ciudadana no ha desaparecido: se transforma, se adapta, y sigue latiendo. Desde manifestaciones multitudinarias en Madrid y Burgos hasta acciones simbólicas en defensa de los derechos humanos, la Sociedad Civil española continúa exigiendo transparencia, justicia y respeto institucional.
La juventud forma parte de ese tejido. Participa en asambleas, impulsa campañas digitales, colabora en redes de apoyo mutuo. La energía está ahí. Lo que falta, quizá, es canalizarla con mayor fuerza, con mayor coordinación, con mayor confianza en que sí es posible transformar lo que parece inamovible.
No se trata de replicar modelos ni de idealizar revoluciones. Se trata de recordar que la juventud tiene voz, tiene ideas, tiene poder. Que el cambio no siempre empieza en la calle, pero sí necesita salir del silencio. Que la indignación, cuando se convierte en propuesta, puede ser profundamente constructiva.
España no necesita héroes individuales. Necesita conciencia colectiva. Necesita que cada joven sepa que su mirada crítica, su creatividad, su compromiso, son parte de una transformación que ya está en marcha.
Porque si en Nepal se abrió una puerta, aquí también podemos abrir ventanas. Porque si ellos decidieron no callar, nosotros podemos decidir no mirar hacia otro lado. Porque si el Poder teme algo, es a una juventud despierta, informada y organizada.
El futuro no se espera. Se construye. Y empieza contigo.