Un vecino compra un terreno de 40 hectáreas con encinas, robles y pinos. Quería limpiarlo y usar sus ovejas para mantenerlo en buen estado, pero la burocracia le obligó a pedir permiso. Una ingeniera se lo denegó alegando que “no era el momento”, pese a que él conocía la situación del campo.
Ese verano ardió la Sierra de la Culebra. Los expertos ya habían advertido de un riesgo extremo por altas temperaturas, maleza seca y abandono del monte. Aun así, la administración no activó los protocolos hasta julio porque así estaba “presupuestado”. Cuando cayó un rayo, no había medios suficientes para atajar el fuego en sus primeros minutos.
La UME fue desplegada, se evacuaron pueblos y se actuó, pero con lentitud y descoordinación. Vecinos denunciaron que unidades en primera línea no podían intervenir porque no recibían órdenes. El resultado fue devastador para el entorno y para la población local.
El caso muestra cómo: burocracia, falta de previsión y mala gestión aumentan la vulnerabilidad del campo ante incendios. A ello se suma el impacto creciente del cambio climático, que convierte lo que antes eran riesgos puntuales en crisis recurrentes.
Hay un plan para quemar España.
(Fragmento de Yerma 2030)