Pocas cosas hay tan inmorales y peligrosas como un político, un “asesor” o un “cargo de confianza” afirmando ser experto en lo que no sabe con un currículum falsificado. Empezaré con un recuerdo histórico del “Funcionario Público”.
Entre 1875 y 1910, en esa lejana época que tan brillantemente describiera Galdós en sus novelas, la figura del cesante era tan típica en España como los toros y la paella. Entraba un Gobierno y metía en la administración a sus paniaguados. Salía ese Gobierno y cesaban sus marionetas. Entraba otro Gobierno y llegaban con él otros correveidiles. Y nadie pasaba el relevo a nadie. Y no había continuidad, ni organigrama. Y no había crítica. Sólo había hambre, servilismo, endogamia, nepotismo, lacayos y clientelismo. Era gente genuflexa. Pobres diablos con el ano lubricado con tal de comer tres veces.
A principios del siglo XX, al ver que aquel desmadre administrativo rayaba en la obscenidad, y tras comprobar que la gente ya no tragaba, los políticos españoles llegaron a la conclusión de que cualquier español, (y no sólo sus propios familiares y amiguetes), tenía derecho a trabajar en la Administración pública con criterios de igualdad, capacidad y mérito. Nacieron así los Funcionarios por Oposición: esto es, servidores del Estado tras un examen público al que cualquier hijo de vecino se podía presentar en igualdad de condiciones; y si aprobaba el examen con nota suficiente, entraba a trabajar para el Estado sin miedo a que lo cesasen por discrepar de sus Jefes o por no hacer las reverencias debidas al calientasillas de turno.
Ésos, queridos lectores, son los funcionarios de carrera: la enfermera que te cura, el maestro que te enseña, el policía que te protege, el juez que juzga tus delitos, el médico que te opera, el inspector de Hacienda que te embarga los dineros.
A contracorriente de la Historia, en el siglo XXI, los enchufados en la política están sustituyendo a marchas forzadas a los Funcionarios de Carrera. Son los nuevos cesantes decimonónicos de posición genuflexa. Un retroceso de más de cien años. Una vuelta al servilismo, al caciquismo, a confundir la Administración Pública española con el Partido de turno, con tu cortijo en la sierra o con tu familia por parte de madre. Un despilfarro de recursos y un atentado a la moralidad. Una bofetada a la inteligencia. Un descaro de colosales dimensiones. Una inutilidad como la copa de un pino.
En este estado de cosas, la falsificación o el inflado de Títulos para entrar en la política tiene una larga tradición en nuestra reciente democracia. Es natural. Estos tipejos suelen ser iletrados con ínfulas, analfabetos escolares con mucha calle y pocas letras, trepas de la política que echaron los dientes en las Juventudes de sus respectivos Partidos, vagos redomados incapaces de hincar codos, pero envidiosos de quienes sí los hincan; acomplejados que necesitan un título para mirarse al espejo y no sentirse un donnadie. Uno de esos primeros sinvergüenzas fue el socialista Luis Roldán, el cual, sin haber acabado el Bachillerato, puso en su currículum que era ingeniero industrial, licenciado en empresariales y máster en economía. Le faltó añadir astronauta, pero un mal día lo tiene cualquiera. Con esas mentiras llegó a ser Director General de la Guardia Civil, y en 1995 acabó fugándose de España tras robar todo lo que pudo, incluida la Caja de Huérfanos de la Benemérita. Luego, ya en busca y captura, una cámara oculta fotografió a Roldán en posturas muy socialistas: en calzoncillos, las piernas peludas, medio calvo, el cigarrillo en los labios, la barba al estilo de Ábalos, una botella de wiski, polvitos blancos en la mesita de noche y rodeado de putas. Qué cabrón. Digo el cigarrillo en los labios. No Roldán.
Han pasado treinta años de esa escena y aquí, mientras miles de españoles se destrozan los codos estudiando para sacar un buen puesto en la Selectividad que les permita acceder a la carrera de sus sueños, otorgamos una cátedra universitaria a una mujer que a duras penas acabó el bachillerato y que, en vez de seguir estudiando, se dedicaba a gestionar los prostíbulos de su padre. ¿Su mérito? Pertenecer al PSOE y ser la esposa del actual Presidente del Desgobierno.
- Aquí, mientras médicos y enfermeras huyen en masa al extranjero por sus penosas condiciones laborales, un matrimonio valenciano lleva cuarenta años cobrando sueldos públicos estratosféricos gracias a sendos títulos universitarios descaradamente falsificados. ¿Su mérito? Ser el presidente del PSOE valenciano (él) y ser la esposa del Presidente del PSOE valenciano (ella).
- Aquí, mientras los ganaderos sometidos a Leyes absurdas abandonan ovejas y vacas, un concejal de Izquierda Unida se presenta a unas oposiciones del Ayuntamiento que él mismo convocaba y gana la plaza con la nota máxima.
- Aquí, mientras los maltratados campesinos españoles venden sus productos casi a pérdidas, un Consejero extremeño de Vox (¡de Mundo Rural!) tiene que dimitir por falsedad documental en su titulación universitaria.
- Aquí, mientras miles de españoles se esfuerzan en Academias para obtener un puesto de policía o de guardia civil, la número tres del PP madrileño tiene que dimitir por apropiarse de una licenciatura universitaria que no poseía.
- Aquí, mientras a los maestros les escamotean hasta las tizas, el socialista Ábalos coloca en empresas públicas a sus iletradas “sobrinitas” por el simple hecho de que se las follaba.
No quiero aburrir al lector con la lista completa de pecadores. Baste decir que, a resultas de la investigación interna habida en el Congreso de los Diputados, el único que tenía el currículum en regla era el camarero del bar. Cagoentóloquesemenea.
Pero no puedo cerrar este artículo sin el último ejemplo de desvergüenza política y fraude. Me refiero a la encuesta del CIS perpetrada ayer por Tezanos, ese despilfarrador de fondos públicos para contarnos mentiras. Según el desahogado científico socialista, Pedro Sánchez es el político mejor valorado por los españoles y, si hoy celebrásemos elecciones generales, el PSOE obtendría 9 puntos de ventaja sobre el PP. P´habernos matao, lector. P´habernos matao. Lo que no me explico, con esos datos, es por qué Sánchez no convoca elecciones inmediatamente.
En España, la megaindustria política (con o sin “titulitis”) es uno de los principales lastres para avanzar como sociedad, una rémora económica y un disparate ético que nos envilece: 60.000 millones de euros anuales dedicados a mantener paniaguados, amigos y sobrinitas, chiringuitos y cesantes, expresidentes y exdiputados, Tezanos y Titos Berni, tertulianos activistas, ayudantes de ayudantes y ayudantes de ayudantes de ayudantes.
“Stop enchufados” podría ser un buen lema de pancarta revolucionaria a la hora de boicotear la Vuelta Ciclista a España. Pero, aquí y ahora, no hay lo que hay que tener para levantar esa pancarta: un par de ovarios y dos dedos de vergüenza.
Firmado:
Juan Manuel Jiménez Muñoz.
Diplomado en todas las titulaciones posibles por la Universidad de Güisconsin (Albacete).