Mazón-Dana 2024

SE FUE MAZÓN. ¿Y AHORA QUE?-Juan Manuel Jimenez Muñoz.

Un año llevo exigiendo la dimisión de Mazón, y llega tan tarde que, a estas alturas de la película, ya no significa nada: ni arrepentimiento, ni asunción de responsabilidades, ni rectificación. Sólo es un hombre que, forzado por los insultos recibidos en un funeral de Estado, acorralado por la opinión pública y por la opinión publicada, acorralado también por el sanchismo, ha llegado al final de una huida hacia adelante. Punto.

Pero no piensen ustedes que este señor es el único responsable de la catastrófica gestión en los momentos cruciales de la DANA. En décadas, por no estropear el hábitat de la cucaracha malaya, nadie había limpiado el cauce de los arroyos. Nadie había ejecutado, tampoco, las obras necesarias para contener futuras avalanchas desde el Barranco del Poyo, pues no hay nada tan chiripitifláutico como dejar que la Naturaleza siga su curso sin intervención humana. Falló también la predicción meteorológica de AEMET. Fallaron los avisos de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Mazón comía tranquilamente en El Ventorro con una famosa periodista, y luego se marchó a no sé dónde, no se sabe bien con quién ni tampoco para qué. La consejera autonómica responsable de las emergencias valencianas no tenía ni puta idea de cómo se activaban los avisos de emergencias. El ministro del Interior, con la excusa de que el inútil de Mazón no lo había solicitado, no asumió la gestión centralizada de la catástrofe, como era su obligación por Ley. Los periodistas y los voluntarios civiles llegaron a las zonas inundadas mucho antes que el Ejército español. Pedro Sánchez, como el psicópata que es, se lavó las manos y dijo: “si necesitan ayuda… que la pidan”. Ya con los primeros muertos valencianos en el barro, los diputados socialistas, comunistas e independentistas del Congreso se negaron a suspender la sesión parlamentaria en la que, justo en ese momento, se estaban repartiendo Radiotelevisión Espantosa: el botín televisivo era lo más urgente para ellos. Y una diputada de Sumar, la muy ruin, justificaba dicha negativa con las siguientes palabras:

<<Los diputados no estamos para achicar agua en Valencia>>

El desastre valenciano ha venido a demostrar lo que muchos ya sabíamos: que las Autonomías (las gestione el color político que sea) sólo significan gasto, duplicidad, enchufismo, desigualdad, ineficiencia, chiringuitos, pinganillos, luchas de egos heridos, puñaladas traperas por la espalda, tarjetas sanitarias incompatibles entre sí, traductores en las Cortes, rencillas entre administraciones, descoordinación entre gestores, una lentitud geológica con parálisis cretácica, y cadáveres de ahogados. Muchos cadáveres. Muchos ahogados. Muchas plurinacionalidades. Muy poco Estado. Y esa foto de la Patria Común en almoneda suena a gloria para independentistas y sediciosos, pero es una mala noticia para el conjunto de los españoles.

Habría que preguntarse si es sensato, o suicida, que una Alerta Roja simultánea en las provincias limítrofes de Cuenca, Albacete, Valencia, Castellón, Tarragona y Teruel tenga que ser atendida por cinco administraciones diferentes (cuatro autonómicas y una central) en lugar de por un mando único. Y habría que preguntarse por qué las Embajadas de Japón y de Francia enviaron mensajes telefónicos a sus ciudadanos radicados en Valencia para advertirles, ¡tres horas antes!, de la debacle que se avecinaba. Tal vez se deba a que en esos países fascistas sólo existe un Servicio Meteorológico, uno solo, y no diecisiete peleados entre sí. O tal vez se deba a que los avisos a su población, en casos de desastre natural o de ataque nuclear, los hace una sola persona, una sola, y no diecisiete caudillos de Taifas que sólo quieren dejar malparado al rival, al que piensa diferente.

Para nuestra desgracia, la política española, desde hace al menos tres décadas, se nutre de individuos académicamente poco preparados que, en lugar de considerar las instituciones públicas un lugar de paso provisional hasta regresar a sus respectivos oficios, ven en ellas unos puestos de trabajo permanentes, bien pagados, con unas jubilaciones de escándalo, con la posibilidad real de enchufar a sus parientes, colocar a prostitutas y meter la mano en la caja. Por eso nadie dimite: porque no vienen a servir, sino a servirse. Por eso se acuchillan entre ellos: para obtener un buen puesto de salida en las listas electorales. Por eso soportan los mayores escándalos periodísticos y judiciales sin que se les caiga la cara de vergüenza. Por eso dicen hoy blanco, y mañana negro, sin que se les mueva un músculo. Por eso aplauden al líder como si fuesen focas. Por eso aguantan lo que tengan que aguantar. Por eso toleran insultos y mierdas. Por eso colocan a inútiles en puestos clave de la administración, pues prefieren al amiguete con carné que al funcionario de carrera, a uno que sepa, a uno que entienda. Y por eso se quitan de en medio en cuanto vienen mal dadas: para endosar el muerto al rival y hacerle daño en lo que más le duele: en el número de votos en las elecciones siguientes.

Carlos Mazón en la gestión de la DANAMazón se ha ido, sí. Mazón, por fin, ha dimitido: un verbo, por cierto, que no conjugan en el mundillo sanchista. Pero todos los partidos están plagados de Mazones, Mazoncillos y Mazoncetes, bribones y briboncetes, granujas y granujetes, cabrones y cabroncetes. Demasiados. Demasiados. Y si hoy, 4 de noviembre de 2025, un año después de la DANA, otro Diluvio Universal cayera sobre Valencia, la historia se repetiría: los arroyos siguen sucios, los barrancos drenan agua sin control, el dinero se malgasta en tonterías y las distintas administraciones no se hablan.

Cagoentóloquesemenea y mitad del cuarto más.

Juan Manuel Jimenez Muñoz.
Médico y escritor malagueño.

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Autor: Juan Carlos Martín Torrijos | Artículos de Juan Carlos Martín Torrijos
Juan Carlos Martin Torrijos. Licenciado en Derecho y Coronel Aviación (r).

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