Cuando el diablo está aburrido, con el rabo mata moscas. Y cuando un Líder está cercado por escándalos de corrupción, cambia la hora. Pedro Sánchez, citado para declarar el 30 de octubre en la comisión del Senado por el caso Koldo —una trama que implica sobres con dinero en efectivo, ascensos sospechosos y pagos por silencio dentro del PSOE
— Ha decidido lanzar una cortina de humo digna de un pulpo en fuga: pedir a la Unión Europea que elimine el cambio de hora.
Este gesto, aparentemente trivial, revela una estrategia de distracción calculada. Mientras la opinión pública exige respuestas sobre los pagos en efectivo, los ascensos a cargos públicos con sueldos de 245.000 euros anuales, y el papel del propio Sánchez como “Señor – X – de la trama”
El Presidente se presenta como el adalid del bienestar horario. ¿Qué importa que España esté sumida en una crisis institucional, cuando podemos dormir una hora más?
La maniobra recuerda a la táctica del camuflaje: proyectar tinta para desviar la atención. Sánchez, que ya ha utilizado la “necesidad como virtud” para justificar la amnistía a los presos del procés
Ahora pretende convertir el reloj en símbolo de progreso. Pero el tiempo no tapa los sobres. Ni los informes de la UCO. Ni la indignación creciente de una ciudadanía que ve cómo el poder se blinda mientras el país se desangra.
La frase popular —cuando el diablo está aburrido con el rabo mata moscas— cobra aquí un sentido político devastador:
- Sánchez, acorralado, no gobierna: improvisa.
- No responde: se escabulle.
- No lidera: sobrevive.
- Y en ese juego de supervivencia, cada gesto aparentemente inocente —como cambiar la hora— se convierte en una maniobra de distracción, una forma de ganar tiempo mientras la tinta se disuelve y la verdad emerge.
España no necesita relojes nuevos. Necesita justicia, transparencia y un liderazgo que no se esconda detrás de gestos simbólicos. Porque cuando el diablo juega con el reloj, es el pueblo quien pierde el tiempo. ¿Hasta cuándo?
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