Cayetana Álvarez de Toledo no es una política que se ande con paños calientes. Esta vez ha puesto el dedo en la llaga con una claridad que escuece en Moncloa. Según sus propias palabras, los vínculos del suegro de Pedro Sánchez con el negocio de la prostitución ‘no son una opinión, son un hecho‘. Y no lo dice desde el rincón de un plató, lo sostiene en Sede Parlamentaria y ante la prensa, con papeles, nombres y contexto. No hay adjetivo, solo sustancia. No hay conjetura, hay hechos.
La gravedad del asunto no reside únicamente en la actividad empresarial del suegro, sino en la doble moral con la que el Presidente gestiona el escándalo. Sánchez presume de feminismo Institucional, de pulcritud ética, de superioridad moral. Pero cuando se pone en evidencia que su entorno más íntimo ha estado vinculado durante años al negocio de las saunas eróticas. Legal, sí, pero difícil de justificar en el plano moral, la respuesta es el silencio, la victimización y el desprecio hacia quien osa hablar.
Álvarez de Toledo ha actuado como altavoz incómodo de una verdad que muchos intentan enterrar bajo toneladas de corrección política. No se trata de atacar a la familia del Presidente. Se trata de señalar el cinismo de un Gobierno que predica una moral pública mientras se aferra a privilegios privados. Y, en este caso, la contradicción no es menor. Mientras el PSOE se envuelve en discursos de igualdad y lucha contra la explotación, ignora que parte del entorno familiar del Presidente prosperó gracias a un negocio muy distinto.
La Audiencia Nacional ya dictaminó en 2024 que la actividad era legal. Bien. Pero la legalidad no lava la hipocresía. Y mucho menos cuando quien está en el centro del foco ha construido su carrera política a base de señalamiento ajeno. Cayetana, en cambio, no se esconde. Ni se disculpa por ser clara. Dice lo que muchos piensan y lo hace con una contundencia que incomoda incluso a los suyos.
La reacción del Gobierno ante sus palabras no ha sido aportar pruebas, aclaraciones ni argumentos. Ha sido descalificar. El clásico ‘matar al mensajero’. Pero ya no cuela. Porque los hechos están ahí, documentados y admitidos. Lo que falta es voluntad política para asumirlos.
Pedro Sánchez ha construido su relato sobre una épica de cartón. Una épica de valores que se desmorona cuando aparece una voz libre, sin miedo, como la de Álvarez de Toledo, a decir lo evidente. Y lo evidente es que la sombra que habita en Moncloa no la ha inventado nadie. Viene de lejos. Se sostiene en datos. Y cada vez huele peor.
España no necesita mártires de diseño ni presidentes envueltos en incienso de campaña. Necesita verdad. Y la verdad, cuando aparece, no siempre es bonita. Pero es necesaria. Cayetana la ha dicho. Y el país tiene derecho a escucharla.
Fuentes:
– Audiencia Nacional (2024)