En el contexto actual, marcado por amenazas híbridas, inestabilidad internacional, crisis energéticas, disrupciones tecnológicas y riesgos geopolíticos crecientes, resulta necesario revisar no solo nuestras capacidades defensivas, sino también el lenguaje con el que las abordamos.
El reciente informe elaborado por la Fundación Alternativas (El aumento del gasto en defensa español. Financiación y necesidades, 2025) ofrece una aproximación rigurosa al problema estructural que atraviesa la política de defensa en España: décadas de infrafinanciación, escasa previsibilidad presupuestaria, capacidad industrial limitada, ejecución fragmentada y, lo más grave, una visión reduccionista que identifica la inversión en defensa con una simple partida contable. Esta perspectiva debe superarse.
La defensa de una nación no puede seguir entendiéndose como un «gasto», como si la adquisición de medios y sistemas de armas fuesen fruto de una compra caprichosa y compulsiva de generales y almirantes militaristas. A mi modo de ver, sería más coherente hablar de “inversión” en defensa y seguridad: una apuesta estratégica, sostenida y multidimensional en seguridad humana, libertad, democracia, estabilidad institucional y soberanía nacional.
Seguridad humana: un nuevo enfoque
Naciones Unidas ha definido el concepto de seguridad humana como aquel que pone en el centro a las personas, sus derechos y sus necesidades vitales frente a amenazas no solo militares, sino también naturales, tecnológicas, sanitarias o económicas. Bajo esta perspectiva, invertir en defensa es invertir en la protección efectiva de la ciudadanía, garantizando que existan medios para responder ante crisis de diversa índole, desde un ataque híbrido hasta una catástrofe natural o una pandemia.
La defensa ya no puede limitarse a la frontera física. Hoy, más que nunca, la defensa es integral, transversal, interoperable y tecnológicamente avanzada. El informe de la Fundación Alternativas lo constata con claridad: no hay desarrollo económico sostenible, cohesión territorial ni estabilidad democrática sin un sistema de defensa moderno, resiliente y creíble. Tenemos ejemplos claros y relativamente recientes en guerras en nuestro continente europeo, como la Guerra de los Balcanes.
Invertir más en las personas que en el material
No debemos caer en el error de asociar exclusivamente la inversión en defensa con la adquisición de sistemas de armas o capacidades industriales, por muy relevantes que estas sean. La pieza clave del sistema de defensa es y seguirá siendo las personas que lo sostienen: nuestros soldados y marineros, hombres y mujeres que, con vocación, esfuerzo, exigencia profesional y espíritu de servicio, han jurado defender a España incluso a costa de su propia vida.
Invertir en defensa implica, por tanto, apostar por la calidad de vida, bienestar, preparación continua, carrera profesional y dignidad salarial de los miembros de nuestras Fuerzas Armadas, así como en el necesario apoyo a sus familias en sus reiteradas ausencias en misiones en el exterior.
Las enseñanzas aprendidas en la historia militar nos han dejado un mensaje meridianamente claro: si el personal no está motivado, reconocido y protegido, ni la tecnología más sofisticada y los medios superiores podrá proporcionarnos la victoria.
El informe de la Fundación Alternativas nos señala también una preocupante disminución de efectivos y una pérdida de atractivo de la carrera militar. España cuenta actualmente con una de las ratios de personal militar más bajas de Europa (2,4 por cada 1.000 habitantes frente a la media europea de 3,6), y el capítulo presupuestario destinado a personal, si bien representa una porción significativa, no siempre refleja un compromiso con el reconocimiento institucional y social que merece esta profesión.
Visión estratégica y compromiso político
Cumplir con los compromisos internacionales, como el objetivo de un principio del 2% del PIB en inversión en defensa establecido por la OTAN, o el nuevo horizonte del 5% ratificado por todos los dirigentes de los países miembros en la última cumbre de la OTAN en La Haya; no debe verse como una imposición externa, sino como una apuesta nacional por la estabilidad, la disuasión efectiva y la defensa de nuestros intereses estratégicos.
Pero esto solo será posible si se acompaña de una planificación coherente, una ejecución eficaz, un marco normativo estable y una visión a largo plazo que trascienda calendarios electorales y coyunturas presupuestarias.
Conclusión
Invertir en defensa no es una opción: es una responsabilidad y obligación del Estado con su ciudadanía y con su propia continuidad como nación libre y soberana.
Implica fortalecer nuestras capacidades militares, tecnológicas e industriales, pero también —y especialmente— dignificar el papel de quienes hacen posible esa defensa cada día, constituyendo el auténtico bastión de la defensa nacional de nuestra querida España: nuestros militares.
La defensa de España no debe considerarse como un gasto sino como una inversión en su futuro, en libertad, bienestar y en paz. No hagamos demagogia con la política de defensa, nos jugamos la supervivencia, nos va la vida.