El espejismo de la tutela-Los MENAS
Se nos dice que los MENAS son “menores tutelados” por el Estado español. La palabra suena solemne, protectora. Pero la realidad es mucho más brutal: estos niños no están tutelados, están desamparados. Y lo que es peor: muchos de ellos no son víctimas solo de las circunstancias, sino de un abandono deliberado.
Padres que expulsan, Estados que callan
En teoría, un niño debería estar siempre mejor con sus padres. Pero la crudeza de los testimonios revela otra cosa: hay familias que, incapaces o desinteresadas, los empujan fuera de casa. Algunos son literalmente echados a la calle en Marruecos, forzados a buscarse la vida en la mendicidad o el delito.
Y Marruecos, lejos de frenar esta sangría infantil, la tolera —o incluso la fomenta—, descargando en España el peso de una infancia desechada.
El doble rostro de la calle
Una vez en territorio español, los caminos se bifurcan:
- Los menores del norte de África suelen caer en la pequeña delincuencia, robos y conductas agresivas que alimentan el estigma.
- Los del sur optan con más frecuencia por pedir en las calles, preservando una cierta dignidad dentro de la miseria.
Ambos caminos son una condena: uno convierte al niño en sospechoso, el otro en sombra mendicante. Ninguno le ofrece un futuro real.
España: tutora de papel, cómplice de hecho
España ha asumido el rol de “país protector”, pero sin recursos, sin estructura y, lo más grave, sin convicción. Los centros de acogida de los mena, están saturados, los planes de integración son inexistentes y, mientras tanto, el discurso político convierte a estos menores en arma electoral, sin atreverse a llamar las cosas por su nombre: Marruecos se deshace de sus hijos, y España acepta el papel de vertedero humano.
La gran hipocresía
Se nos pide compasión, pero no se exige responsabilidad a los países de origen. Se nos pide humanidad, pero se nos prohíbe decir en voz alta que muchos de estos niños son víctimas de sus propios padres, de su propio Estado.
La sociedad española paga el precio: inseguridad en barrios, mendicidad creciente, centros colapsados. Y, detrás de todo, una infancia que se degrada a mercancía política y diplomática.
Conclusión: infancias arrojadas al vacío
Los MENAS no llegaron solos: fueron empujados. Empujados por padres que renuncian, por un Marruecos que expulsa, por una España que se lava las manos con discursos vacíos.
El resultado es una generación de niños sin raíces, sin patria y sin futuro, que llenan nuestras calles entre la súplica y el delito.
Y la pregunta incómoda que nadie quiere responder es esta:
¿Qué clase de sociedad aceptamos ser, cuando permitimos que la infancia se convierta en chatarra humana reciclada entre fronteras?