Hay pueblos que no despiertan. No porque les falte dolor, sino porque les han enseñado a no sentirlo. No porque no sufran abusos, sino porque han sido entrenados para justificarlos, para normalizarlos, para callarlos. Este artículo no busca consuelo ni explicación: busca sacudir. Porque cuando el adoctrinamiento social se convierte en cultura, el crimen político se vuelve rutina. Y el ciudadano, ganado.
1. La ingeniería del adoctrinamiento social
Un pueblo no se doblega de golpe. Se le domestica por etapas, como a un animal que debe aprender a no morder:
- Desinformación sistemática: Se le bombardea con datos irrelevantes, se le confunde con versiones contradictorias, se le agota con ruido. Así, la verdad deja de importar.
- Normalización del abuso: Cada recorte, cada corrupción, cada negligencia se presenta como “inevitable”, “compleja”, “ajena”. El ciudadano aprende a tolerar lo intolerable.
- Distracción emocional: Se le ofrece entretenimiento, polémicas vacías, rivalidades artificiales. Se le enseña a sentir rabia por lo trivial y apatía por lo esencial.
- Desactivación del lenguaje: Se le priva de palabras para nombrar su dolor. Ya no hay “saqueo”, hay “ajuste”. Ya no hay “traición”, hay “gestión”.
2. Las instituciones como jaulas
El sometimiento se institucionaliza. No se impone con tanques, sino con formularios, horarios, y protocolos:
- La escuela que enseña obediencia, no pensamiento.
- La sanidad que humilla al paciente y premia al gestor.
- La justicia que castiga al débil y absuelve al poderoso.
- La prensa que repite consignas y silencia denuncias.
Cada institución se convierte en un muro. Y el ciudadano, en un reo que no sabe que está preso.
3. El ciudadano amaestrado
El resultado es un sujeto que ya no reacciona. Que ha interiorizado su impotencia. Que se burla del que lucha, y admira al que roba con elegancia.
- Se ríe de la política, pero vota por costumbre.
- Se queja del sistema, pero defiende a sus verdugos.
- Se indigna en privado, pero calla en público.
- Se resigna, porque le han convencido de que no hay alternativa.
¿Cómo se rompe el hechizo?
No basta con informar. Hay que desprogramar. Hay que devolver al ciudadano su capacidad de nombrar, de sentir, de actuar. Y eso exige:
- Lenguaje claro, sin eufemismos.
- Ejemplos concretos, no abstracciones.
- Acciones visibles, no promesas.
- Redes de apoyo, no héroes solitarios.
Un pueblo despierta cuando se reconoce en el otro. Cuando el dolor deja de ser individual y se convierte en causa común.
Conclusión
El adoctrinamiento social de un pueblo no es una casualidad: es una estrategia. Pero también lo es su despertar. Este artículo no es una denuncia: es una alarma. Porque si seguimos esperando que el cambio venga de arriba, seguiremos siendo ganado. Y el silencio será nuestra lápida.