El patrimonio familiar y los mayores

Cuando se marchan, los mayores, se lleva el viento algo más que canas y arrugas

Se están yendo.
Despacito, sin hacer ruido, sin molestar.

Como si la vida, al llegar a su cumbre, les pidiera permiso para extinguirse sin ceremonia.
Se marchan los mayores. Y con ellos, se nos escapa entre los dedos la memoria de los nuestros, la columna vertebral del patrimonio familiar: esa mezcla de sabiduría vivida, amor silencioso y trabajo invisible que sostiene lo que somos.

No hablamos aquí de herencias materiales. Hablamos del legado profundo, ese que no cabe en testamentos ni se mide en euros. Se trata de las historias que no grabamos, los abrazos que dimos por sentados, los silencios que no supimos escuchar. Se trata de la riqueza más subestimada de nuestra civilización: los abuelos.

En una sociedad que idolatra la inmediatez, lo nuevo, lo veloz, el anciano se ha convertido en un estorbo incómodo. Demasiado lento para esta era digital, demasiado sabio para una época que desprecia la reflexión. ¿Quién quiere escuchar al abuelo cuando se puede “googlear” la respuesta? ¿Quién tiene tiempo para una historia larga si hay un reel de 30 segundos esperando?

Y, sin embargo, eran ellos —son ellos— los pilares ocultos de muchas familias. Los que criaron nietos mientras sus hijos trabajaban, los que aportaron sin pedir, los que cuidaron con devoción cuando nadie más podía.

  • En cada plato cocinado, en cada consejo repetido, en cada gesto de ternura, nos entregaban su tiempo, su cuerpo y su alma. Y nosotros, con frecuencia, les devolvimos prisa, impaciencia, abandono.
  • Se van, como dice la poesía, entre sirenas y silencios, entre la indiferencia del mundo y la tristeza que no se pronuncia.
  • Se van los cuentos junto al fuego, las canciones inventadas, las oraciones dichas en voz baja, el ejemplo vivo de la resistencia digna y del amor sin condiciones.
  • Se va su ciencia antigua, su mirada larga, su verdad sin filtros.
  • Se va su ternura cuando el mundo ya no es tierno.

Lo más trágico no es la muerte de los mayores, sino que nos pille sin haberlos escuchado.

Nos dolerá más adelante, cuando necesitemos su voz para calmar un miedo, o su historia para entender el presente.

Y ya no estén.

A quienes aún los tienen cerca:

  • No los miren como carga. Mírenlos como archivo vivo.
  • Si un árbol centenario cae en medio del bosque y nadie lo oye, ¿hizo ruido?
  • Si un abuelo muere y nadie lo escuchó, ¿queda algo de su historia?
  • Hoy más que nunca, tenemos que decidir si seremos la generación que dejó morir a los suyos en silencio, o la que recogió su herencia invisible y la convirtió en faro.

Porque cada abuelo que se marcha sin ser oído, se lleva con él no solo su historia, sino también parte de la nuestra.

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Autor: Francisco Pajuelo Trejo | Artículos de Francisco Pajuelo Trejo
Metalúrgico. Diseñador Industrial en empresas de automoción. Especialista en prospectiva nacional. Miembro de la Sociedad Civil organizada iniciativa2028.es

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