La doble moral de los activistas catalanistas en alta mar
Mientras Ada Colau y Pilar Castillejo se paseaban por el Mediterráneo en la llamada Global Sumud Flotilla, su discurso habitual —antimilitarista, catalanista, y victimista— se desmoronó en cuanto sintieron el rigor de una intervención real. La misma Colau que expulsó al Ejército español de salones institucionales como alcaldesa de Barcelona, ahora implora ayuda en español tras ser interceptada por Israel.
En sus vídeos pregrabados, difundidos tras la detención, Colau y Castillejo abandonan el catalán —lengua que usan como trinchera ideológica— para dirigirse al mundo en castellano. ¿Por qué? Porque cuando el peligro es real, la lengua ya no es símbolo, sino herramienta de supervivencia. El postureo se esfuma cuando hay que pedir auxilio.
El Ejército español: de enemigo a salvador
Colau, que como alcaldesa expulsó al Ejército de ferias educativas y lo tachó de “presencia no deseada”, ahora recurre a la misma Institución que vilipendió para que la rescaten. En otro vídeo, difundido por EsDiario, se denuncia esta contradicción flagrante.
La izquierda radical catalana, que ha hecho del antimilitarismo una bandera, se desdice cuando la realidad les golpea.
Vertidos ilegales: los ecologistas que contaminan
La expedición, compuesta por más de 40 embarcaciones y 500 voluntarios, ha sido denunciada por tirar móviles, ordenadores y baterías al mar para evitar rastreos.
- ¿Dónde queda su defensa del medio ambiente?
- ¿Dónde están los principios de “prohibición de vertidos ilegales” que tanto pregonan en tierra firme?
Estos activistas, que en Barcelona se encadenan a contenedores para denunciar la contaminación, se convierten en contaminadores en cuanto pisan una cubierta. El Mediterráneo, que dicen defender, se convierte en su basurero táctico. La hipocresía no tiene límites.
¿Quién los sigue?
La realidad es que cada vez menos catalanes respaldan estas acciones. La CUP y Comuns pierden apoyo mientras Aliança Catalana y otras fuerzas emergen con discursos más coherentes —aunque polémicos—. El pueblo empieza a distinguir entre activismo real y teatro político.
Conclusión: cuando el disfraz se moja, se cae
La flotilla humanitaria ha servido para algo: desenmascarar a quienes usan el sufrimiento ajeno como escaparate ideológico. Cuando el peligro es real, los símbolos se abandonan, los principios se traicionan, y el español —ese idioma que tanto desprecian— se convierte en su única esperanza.
Tras muchos días de propaganda inútil y unos 3 millones de euros tirados por la borda, los barcos, barcas y barques de la flotilla han sido apresados tras superar la frontera marítima con Gaza e Israel. El buque de la Armada llegó hasta donde se sabía, añadiendo otro gasto inútil al déficit que pagamos los ciudadanos para esta locura.
Sánchez por su parte se ha plegado al plan de Trump y Netanyahu y «a otra cosa mariposa». Ahora le toca estirar el chicle del activismo y calentar las calles con las concentraciones realizadas estos días para preparar el terreno de las próximas Elecciones Generales en España.