Bolivia habló y no fue un susurro, fue un grito. Después de casi dos décadas de socialismo, el País ha dicho basta. El MAS, ese Partido que durante años se creyó dueño de la política boliviana, ha terminado reducido a cifras vergonzosas. Tres por ciento por un lado, ocho por ciento por el otro. Ni rastro de aquella maquinaria que llenaba plazas y arrasaba elecciones. La gente se cansó y lo demostró con el arma más contundente en democracia: el voto.
Evo Morales intentó colarse de nuevo en la carrera, pero lo inhabilitaron. Su jugada fue pedir el voto nulo. Un gesto desesperado que solo sirvió para hundir más a su criatura política. El MAS se quedó sin aire, sin discurso, sin futuro. Lo que fue una fuerza temida se convirtió en anécdota electoral. Un 19 por ciento de votos nulos y blancos terminó de dibujar el hartazgo de un país que ya no compra el cuento socialista.
Morales deja tras de sí un legado torcido. Se vendió como adalid de los pobres y terminó aferrado al poder, traicionando incluso un referéndum que le dijo no en 2016. Forzó su reelección, alimentó la división interna, y dejó una economía en ruinas. Inflación desbocada, escasez de combustible, dólares imposibles de conseguir. La vida cotidiana se volvió un suplicio y el discurso revolucionario se transformó en ruido vacío.
El MAS ya no es proyecto, es lastre. Se pudrió en corrupción, en clientelismo, en peleas internas. Morales y Arce, enfrentados como perros rabiosos, arrastraron a la organización a su fractura final. El Partido que nació como promesa de cambio acabó siendo una caricatura de sí mismo.
Mientras tanto, el vacío lo ocuparon otros. Rodrigo Paz, con su mensaje de modernizar Bolivia y de un capitalismo sin complejos, se colocó primero con un 32 por ciento. Jorge Quiroga, viejo zorro de la política, defendiendo privatizaciones y reformas de calado, se aseguró un sólido segundo lugar con un 26. Ambos van a segunda vuelta en octubre, y ya da igual quién gane: el MAS ha quedado fuera del tablero.
Esto no es un simple resultado electoral. Es un terremoto político. Una ruptura generacional. Bolivia se sacude de encima al socialismo que se volvió cómodo en el Poder, arrogante en los discursos y ciego ante la miseria de la gente. Los bolivianos decidieron que ya no quieren caudillos eternos ni discursos prefabricados. Quieren otra cosa. Centro, derecha, da igual cómo se le llame: lo importante es que el socialismo quedó atrás.
Evo Morales creyó que podía ser eterno. Hoy es solo el recuerdo de un líder que terminó atrapado en sus propios excesos. El MAS ya forma parte del pasado. Y Bolivia, con su voto, abrió la puerta a un futuro distinto. La página está escrita: el socialismo ya no tiene lugar en la Bolivia de mañana.
Fuentes
Reuters
AP News
Washington Post